Como bien sabéis todos los que me leéis, soy un declarado devoto del Festival de Eurovisión – tranquila Massiel, que no voy a hablar de ti- e incluso este año (que promete ser fabuloso) me había planteado cogerme un avión hasta Belgrado y plantarme allí con mi pack chikichiki para contaróslo todo en directo.
[POR CIERTO, no sé si lo he escrito ya pero, por si acaso, ahí va: lo del Chiki Chiki me parece una genialidad. Un juego metatelevisivo fabuloso. Súperdiva soy.]
Bueno a lo que iba. Que para esta edición televisiva había pensando en liarme el turbante de Prada a la cabeza y tirar pa Serbia a organizar un jijijajá cojonudo. E incluso se me había ocurrido pedirle financiación a algún Escolar (al padre o al hijo; yo trabajo para los dos. Yo soy como Marisol con los Goyanes. Yo soy la Marisol de los Escolar… aunque mucho menos rentable, la verdad).
Pero no. Paso de ir a Belgrado. ¿Por qué? ¿Acaso no tengo nada que ponerme? JA. Yo siempre tengo algo FA-BU-LO-SO que ponerme para cualquier ocasión especial. No. No es esa la razón. El motivo por el que me he decidido a ver el Festival en casa, con amigos, bebidas espiritosas y algo de picar es porque varios grupos de descerebrados ultraderechistas serbios han amenazado con montarla y liarse a porrazos con todos los maricones que se personen allí para disfrutar del Festival. Uno de los grupos, OBRAZ -una organización clerofascista, cágate- lo dejó bien clarito hace poco más de un mes en la prensa nacional: están dispuestos a liarse a hostias, navajazos y otras entrañables formas de expresión artística con el primer maricón o lesbiana eurovisivo que se encuentren por las calles de la capital. Jódete.
La alcaldía de Belgrado está preparando unos trípticos con consejos prácticos para los visitantes, del tipo: “no vayas solo por la calle”, “cuidado con estas zonas”, o “evita los turbantes de Prada, Bob, y no traigas el Amazona de Loewe”. Aunque esto último ya lo pueden ir quitando en la imprenta porque no pienso ir. Ya os lo he dicho.
No me esperéis en Serbia, fachas.
